martes, 18 de octubre de 2016

Texto de Antonio Machado para comentar (Generación del 98)


  

 Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero 
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
  ¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.




martes, 11 de octubre de 2016

"Sing Street" (John Carney, 2016)




Las escenas de despedida podrían suponer casi un subgénero dentro de la historia del arte cinematográfico. Algunas de ellas están en la memoria –y en el corazón– de cualquier aficionado. Se podría hacer una selección, a modo Cinema Paradiso, y tendríamos algunos de los momentos más hermosos que jamás se hayan visto en una pantalla.

John Carney ha filmado, con Sing Street, una nueva obra con la música como protagonista, cuyos personajes, como en las anteriores, tocan y cantan, en la que lo musical no es el fondo, sino también la forma. Sería este nuevo filme el tercero de una especia de trilogía del musical contemporáneo junto a Once y Begin again. En todas ellas el proceso de creación artística va ligado a la evolución de los personajes, las canciones que ellos cantan cuentan su historia. Hay en ellas, también, un doble plano que en Sing Street se explicita: la alegría, la felicidad que proporciona la música tiene un fondo casi irrenunciable de tristeza. “Happy sad” lo llaman.

Ambientada a mediados de la década de los ochenta, Sing Street nos presenta a un adolescente al que sus padres trasladan de colegio a causa de las dificultades económicas por las que pasan. Llega a un centro religioso que parece sacado de un videoclip de la época con alumnos macarras, profesores sádicos, y matones de medio pelo. Para acceder a una chica que le gusta, este joven le propone aparecer en el videoclip de una canción que va a grabar con su banda de música, banda que, la chica no lo sabe, aún no ha formado. El proceso de creación del grupo, las canciones, y las experiencias de la vida de Conor que van quedando plasmadas en cada uno de los temas que compone, son la partitura narrativa de la película, una película que presenta lo que ha significado la música para generaciones de jóvenes, ese mundo que permite escaparse y protegerse de las tristezas que nos acompañan a diario y que muchas veces son el reflejo de todas ellas. Mientras los padres del joven discuten y se separan, él y su hermano suben el volumen del reproductor para no escuchar sus voces y discusiones. Precisamente en la relación de Conor con su hermano mayor tenemos algunos de los mejores momentos de la película.

Parece una historia que se ha contado muchas veces, es una historia que se ha contado muchas veces, pero no importa. Como en las películas anteriores de Carney, la emoción conquista casi todas las escenas, la inocencia de sus personajes obliga a empatizar con ellos sin remedio. Y cuando uno quiere reaccionar ya es prisionero en la celda del pentagrama que Carney ha compuesto con generosas dosis de romanticismo, tristeza, humor y optimismo. La doble capa de felicidad/tristeza, happy sad, que envuelve la historia hace que el espectador sonría mientras intenta contener las lágrimas.


Esa misión se revela imposible cuando asiste a una de las escenas de despedida más conmovedoras que se han filmado en los últimos años, una escena de emoción auténtica, verdadera, que se podría añadir a ese montaje ideal de clásicos imprescindibles. Y con la aportación de una banda sonora excepcional.








domingo, 9 de octubre de 2016

Cantar de Mio Cid.


Comentaremos el siguiente texto:


El que en buen hora ha nacido   se prepara sin tardanza;
viste una túnica fina;   crecida trae la barba.
Ensíllanle a Babieca   y lo cubren con gualdrapas;
nuestro Cid salió sobre él; de justar eran sus armas.
El caballo que el Cid monta   por nombre Babieca llaman.   
Pruébalo en una carrera  que a ninguna otra se iguala.
Así que él hubo corrido,   todos se maravillaban.
Desde aquel día Babieca   fue famoso en toda España.
En un extremo del campo   nuestro Cid ya descabalga.
Fuese para su mujer   que con sus hijas estaba.
Al verlo doña Jimena   échase a sus pies, postrada:
-Gracias, Campeador, os doy. ¡Qué bien ceñís vos la espada!
Vos a mí me habéis sacado   de muchas vergüenzas malas.
Aquí me tenéis, señor,   vuestras hijas me acompañan.
Con Dios y vos por ayuda,   buenas son y ya están criadas.  
A la madre y a las hijas   con grande amor las abraza.
El gozo que sienten todos   les hace soltar las lágrimas.

gualdrapa: cobertura larga que cubre y adorna las ancas de las caballerías.




"Melancolía", de Rubén DARÍO.


Comentaremos este texto:


XXV
MELANCOLÍA

Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.

Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...

Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.

¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?

Rubén Darío. Cantos de vida y esperanza.




lunes, 3 de octubre de 2016

"No siempre fija y da esplendor", por Arturo Pérez-Reverte.


Este artículo de hoy es una disculpa y una confesión de impotencia. Durante los trece años que llevo en la Real Academia Española he recibido, como otros compañeros, numerosos comentarios, sugerencias y peticiones de ayuda. Se nos han enviado repetidas muestras de disparates lingüísticos vinculados a la política, al feminismo radical, a la incultura, a la demagogia políticamente correcta o a la simple estupidez; de todo aquello que, contrario al sentido común de una lengua hermosa y sabia como la castellana, la ensucia y envilece. Y debo decir, en honor a la Academia, que a lo largo de todo ese tiempo he asistido a muchos intentos por ayudar a quienes piden consejo o amparo ante la estupidez, la arbitrariedad y el despropósito. Por dar respuesta eficaz a las quejas de ciudadanos indignados con el maltrato que de la lengua se hace en medios informativos y televisiones, apoyar a padres a cuyos hijos se impide estudiar en castellano, orientar a funcionarios de autonomías donde las autoridades locales imponen disparates que violentan el sentido común, o defender a quienes son víctimas de acoso por no pretender sino ejercer su derecho a hablar y escribir con propiedad la lengua española.

Sin embargo, muy rara vez la Academia ha hecho oír en público la voz de su autoridad. Sólo recuerdo un caso en trece años, pese a que cada denuncia, cada sugerencia razonable, ha sido llevada a los plenos de los jueves por algunos de nosotros pidiendo intervenciones menos discretas y más contundentes. El último debate fue antes del verano, cuando funcionarios y profesores andaluces pidieron amparo ante unas nuevas normas que pueden obligar a los profesores, en clase, a utilizar el ridículo desdoblamiento de género que, excepto algunos políticos demagogos y algunos imbéciles, nadie utiliza en el habla real. Eso nos llevó en la RAE a un animado debate, en el que algunos, incluido el director, nos mostramos partidarios de escribir una carta a la Junta de Andalucía para señalar ese despropósito. Pero la iniciativa, cual todas las anteriores sobre esta materia, no salió adelante. La Academia, como tantas otras veces, volvió a guardar silencio.

Esto requiere una explicación. En la Academia, los acuerdos se toman por unanimidad o mayoría; pero allí, como en otros lugares, hay de todo. Eso incluye a acomplejados y timoratos. Es mucha la presión exterior, y eso lo comprendes. No todo el mundo es capaz de afrontar consecuencias en forma de etiqueta machista, o verse acosado por el matonismo ultrafeminista radical, que exige sumisión a sus delirios lingüísticos bajo pena de duras campañas por parte de palmeros y sicarios analfabetos en las redes sociales. Lo notas en las miradas cómplices o aprobatorias cuando planteas algo conflictivo, miradas que luego contrastan con los silencios a la hora de mojarse o de votar. «Para qué nos vamos a meter en política», argumenta alguno, para quien meterse en política es todo aquello que nos lleve a opinar en público. Incluso la iniciativa –hasta hoy frustrada– de que la RAE presente y difunda un informe anual sobre el estado de la lengua, la consideran injerencia.

El único ejemplo reciente de coraje público lo dimos cuando Ignacio Bosque, quizá nuestro más brillante compañero, presentó su famoso informe contra la estupidez de género y génera. Aun así, el profesor Bosque lo hizo como iniciativa personal, y algunos académicos se negaban a refrendarlo hasta que tuvieron que plegarse a la mayoría. Aquello era, apuntaban como siempre, «meternos en política».

Y es que, como dije antes, en la RAE hay de todo. Gente noble y valiente y gente que no lo es. Académicos hombres y mujeres de altísimo nivel, y también, como en todas partes, algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla. En Felipe IV sigue cumpliéndose aquel viejo dicho: hay académicos que dan lustre a la RAE, y otros a los que la RAE da lustre. Que acabaron ahí por carambolas, cuotas o azares, y deben a la Academia buena parte de lo que son, o aparentan ser, ahora.


Pero en fin. Unos cuantos académicos lo seguiremos intentando. La RAE lo merece: notario de la lengua española y vértebra capital de una patria de 500 millones de hispanohablantes cuya bandera es El Quijote. A veces, es cierto, en episodios como los que acabo de narrar, apetece coger la puerta e irse; pero no es cosa de regalar esa satisfacción. Mejor seguir dentro dando por saco, peleando por el sentido común, llamando cada jueves pusilánimes a los que lo son, y estúpidos a quienes creen que por meter la cabeza en un agujero no se les queda el culo al aire.

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Publicado en XL Semanal el 2 de octubre de 2016