domingo, 6 de julio de 2014

"Alondra", de Deszó KOSZTOLÁNYI (1924)



La única hija de los Vajkay, a mitad de la treintena, a la que llaman siempre por su apodo, ‘Alondra’, sale excepcionalmente de viaje a ver a unos parientes. Sus padres no están acostumbrados a estar sin Alondra, ni ella sin ellos. Ákos “no entendía, ni nunca había entendido de mujeres, pero tenía la certeza de que su hija era fea”. Pasan todo el tiempo juntos, al margen de la vida de la pequeña ciudad de Sárszeg, casi aislados. Cuando ella se marcha en el tren y sus padres quedan en la estación (maravillosamente narrado al comienzo del capítulo 3) “con la expresión triste y estúpida de quien acaba de perder algo de manera inesperada”, se sienten solos, pero poco después descubrirán que pueden disfrutar de su libertad y de su tiempo, y hasta de los chismorreos de la ciudad. A pesar de ello no pueden evitar sentirse algo culpables, aunque no dejen de acordarse constantemente de Alondra.

Hay muchas cosas que los personajes no dicen en Alondra. En esta novela, llena de silencios y sobrentendidos, de tantos pensamientos ocultos que marcan la vida de cada personaje, de tristezas calladas pero también de humor, Kosztolányi deja una prueba indiscutible de su talento como narrador, tan admirado por Sándor Márai. Dibuja a los personajes con sutileza, se entretiene en detalles que pasan de poder ser prescindibles a magistrales (como la descripción de la orquesta en el teatro).

Alondra no tiene nombre, sin embargo Kosztolányi no se oculta como narrador, sino que aparece incluso explícito en los epígrafes que presentan cada capítulo (aquí parecen combinarse las influencias de la narrativa de la segunda década del siglo XX con la tradición clásica). No necesitamos un truco de ficción para creernos la historia de los Vajkay, porque es lo suficientemente hermosa para que nos perdamos en ella y permanezca con nosotros mucho después de cerrar las páginas del libro.