lunes, 26 de noviembre de 2012

"Tanto compartir...", por Javier MARÍAS



Disculpen mi ignorancia si en esta columna demuestro tenerla, como es probable, pero empiezo a estar preocupado por mis colegas escritores de todo el mundo y también por los cineastas, los dramaturgos, los compositores y cuantos se dedican a actividades "artísticas" que tradicionalmente han requerido concentración, esfuerzo, paciencia, continuidad, meditación y -a menudo- imprescindible soledad, sólo fuera para procurarse las demás cosas que acabo de mencionar. En un no muy interesante artículo del New York Times, "La presión de las multitudes", encuentro algún dato de interés. Por ejemplo, lo ocurrido con algunos proyectos que echaron a andar gracias a lo que se llama "crowdfunding", algo apenas distinto de las cooperativas de toda la vida. "El equipo responsable de Diaspora", contaba esa pieza, "que esperaba crear una abierta alternativa a Facebook, recaudó 200.000 dólares entre unas 6.500 personas, pero tres años después decidió crear otra empresa" (y, supongo, librarse así de la masa agobiante que lo había financiado en origen). Uno de los responsables "dice que estaban tan ocupados respondiendo correos electrónicos y fabricando camisetas para sus donantes que les quedaba poco tiempo para diseñar el programa informático. 'Nos empantanamos tratando de mantener relación con mucha gente', declaró". No me extraña, sobre todo si, además de exigir atención y que se le confeccionara una camiseta, cada donante quiso influir y que se tuviera en cuenta su opinión a la hora de diseñar el programa y crear la empresa. Es muy posible que así fuera, dada la tendencia al intervencionismo de la mayoría de la gente actual, más aún si ha pagado "algo" por participar.

También afirmaba ese artículo que "algunos pueden sentirse obligados a compartir" (la cursiva es mía). "La idea del escritor solitario está desapareciendo. El literato brasileño Paulo Coelho es partidario de la comunicación en Twitter y Facebook: 'La torre de marfil ya no existe', ha dicho". Hombre, por lo que escriba o deje de escribir Coelho no ando preocupado, la verdad. Pero sí por otros autores, cuya literatura sigo y aprecio, si se relacionan en demasía con las multitudes; si empiezan a "compartir" (verbo de moda, y odioso donde los haya) lo que imaginan y escriben con otros, antes de haberlo acabado. O si, como ya hacen algunos, abren la puerta a los lectores para que opinen sobre su nuevo proyecto y sugieran y hasta "colaboren", y encima presentan su disponibilidad como una innovación o una audacia. Ya los folletinistas del XIX se guiaban en sus entregas, a veces, por las querencias y las peticiones del público: daban más papel a un personaje que había caído en gracia o variaban los acontecimientos para complacer a sus seguidores. Solían pifiarla, en estos casos: edulcoraban las historias, las hacían previsibles. Las masas son previsibles y -como es lógico- gregarias, y lo que uno admira de un autor es, entre otras virtudes, su capacidad para sorprendernos y salirse de lo predecible. No sé, ¿se imaginan que Hitchcock hubiera consultado a sus fans si debía cargarse a la protagonista de Psicosis, con la que el espectador se ha identificado, antes de alcanzarse la mitad del metraje? Las multitudes se habrían llevado las manos a la cabeza y le habrían exigido que la mantuviera viva, sin duda, y Psicosis sería, como mínimo, una película mucho más convencional. ¿Se figuran a Flaubert preguntando si debía hacer morir a Emma Bovary o no? Conan Doyle mató a Sherlock Holmes Y tuvo que resucitarlo, en gran medida porque escribía sus aventuras en prensa y la muchedumbre se amotinó, y también -cosa importante- porque su propia madre lo conminó a devolverle la vida.

Hace ya muchos años recibí una amable carta de una señora. Tenía su futuro resuelto y se ofrecía a trabajar para mí como secretaria sin sueldo. Su única remuneración sería que yo le permitiera "asistir de cerca" a la creación de una novela mía. En seguida me imaginé las escenas: yo ante mi máquina, tecleando o pensando o corrigiendo a mano; ella, en una butaca próxima, preguntándome cada dos por tres: "¿Qué haces ahora? ¿Qué has puesto? ¿Has cambiado algo? ¿Qué estás pen­sando? ¿Alguna ocurrencia? ¿Cómo va a reaccionar este perso­naje?" Y con derecho a mirar, por encima de mi hombro, los borradores. Me habría paralizado, un infierno, me habría impedido escribir una línea. Si además le hubiera dado por opinar ("Me parece que ese adjetivo no va" o "No me gusta el cinismo de ese personaje"), creo que la habría estrangulado. Así que decliné su generoso ofrecimiento y me pregunto qué le pasa hoy al mundo para que tantos "se sientan obligados a compartir", a escuchar las ideas de cualquiera y a la ridícula "interacción", a dejarse vigilar y controlar, a fabricar camisetas en vez de diseñar programas. Si los escritores renuncian a ser los amos de los mundos que inventan; si se pliegan de antemano a las preferencias de sus clientes y ya no los pueden sobresaltar; si abandonan sus necesarias "torres de marfil" y se pasan media vida contestando correos y tuits, no les quepa duda: la literatura que nos interesa y deslumbra, a los individuos como a las masas, tendrá los días contados. En un libro uno habla y los demás escuchan -si quieren, claro está, nadie los obliga-. ¿Qué es eso tan pusilánime de que participen y hablen todos? Tiene nombre, y está reñido con la literatura: eso se llama un guirigay.

JAVIER MARÍAS

El País Semanal, 25 de noviembre de 2012

domingo, 25 de noviembre de 2012

Carta abierta del astronauta Pedro Duque.


Invertir en ciencia... por nuestros hijos.


Es preciosa la leyenda de José y el Faraón, y contiene una gran sabiduría. La leyenda nos enseña que es precisamente en los tiempos de vacas gordas cuando los gobernantes han de prepararse para los tiempos de vacas flacas, que antes o después vendrán. Habrá que reflexionar qué habremos de hacer cuando las vacas gordas vuelvan, y apuntarlo bien, que luego se olvida. Ya que no supimos guardar un quinto del grano producido como hubiera recomendado José, es importante ahora poner mucho cuidado en cómo repartimos lo que tenemos.

Los presupuestos de una familia, de una empresa o de las Administraciones públicas tienen dos grandes capítulos donde emplean los fondos: gasto e inversión. Inversión es el uso de dinero con la expectativa razonable de recuperarlo y sacarle rendimiento; gasto, el uso de dinero que no nos genera esa expectativa. Si hablamos de los presupuestos públicos, se podría decir que el gasto lo hacemos para nosotros y la inversión la hacemos para nuestros hijos.

Creo obvio que la educación primaria, la universitaria, la promoción de la ciencia y la de la tecnología son inversiones porque se pueden esperar razonablemente de ellas rendimientos futuros. Veo con mucha preocupación que se trate estas partidas como si fueran gastos. Una escuela de calidad es la garantía de que los mejores talentos se desarrollarán y producirán una generación de científicos y tecnólogos dentro de 10 o 20 años. La Universidad accesible a todos, según sus méritos y su esfuerzo, asegura la continuidad de este proceso para dentro de cinco o 10 años. Y las inversiones en fomento de la ciencia y la tecnología promocionan la conversión de todo ese talento en innovación que revertirá en nuevos productos, patentes, servicios y, en general, en sólida exportación en plazos aún más cortos.

Para trasladarlo a un área cercana a mí, la idea de que se “gasta mucho” en programas espaciales debe desterrarse por dos motivos. En primer lugar porque no se gasta sino que se invierte. Estudios económicos de entidades tan prestigiosas como la OCDE coinciden en que cada euro invertido en la actividad espacial reporta a la economía de un país entre 4 y 20 veces su valor: las posibilidades abiertas por el espacio hacen surgir infinidad de nuevos negocios y la innovación conseguida mejora los procesos de las demás industrias. En segundo lugar porque lo que se invierte no es mucho. Si repartiéramos entre todos los españoles la inversión pública de España en espacio cada año tocaríamos a... unos cuatro euros. En Europa la media es de 10, una décima parte que en EE UU. Comparémoslo con las cifras que se barajan por persona del coste de los rescates bancarios, por ejemplo. Y con esa pequeña inversión hemos conseguido que la industria y los científicos europeos sean líderes mundiales en lanzadores comerciales, satélites de comunicaciones, exploración planetaria y observación científica de la Tierra, por citar solo algunos ejemplos, y sin mencionar el efecto de las tecnologías espaciales sobre otros sectores.

En el caso español, ha costado muchos años de esfuerzo y tenacidad construir una consolidada y pujante industria espacial. Industrias, centros de investigación y universidades de nuestro país participan en prácticamente todos los programas de la Agencia Europea del Espacio (ESA), y han adquirido un gran prestigio en Europa. Llegar hasta aquí ha requerido mucho tiempo y mucho esfuerzo y es esencial mantener e intensificar las inversiones en este sector de tanta importancia estratégica.

No nos liemos ahora entre gasto e inversión, y no nos carguemos ahora las vacas flacas, sobre todo las que darán buena leche en cuanto tengan mejor pienso. Por nuestros hijos.

Pedro Duque es astronauta de la Agencia Europea del Espacio. (ESA)

Publicado en El País. (9 de noviembre de 2012)

viernes, 23 de noviembre de 2012

Vergara, 42


Ahora que estamos trabajando en el nuevo número de la revista, aprovecho para recordaros que está disponible en la página del colegio el número uno para leer y descargar.  En breve estará también a vuestra disposición el número dos.

http://www.colegioloreto.es/revista-colegio/




lunes, 12 de noviembre de 2012

El teatro del siglo XVIII



EL TEATRO DEL SIGLO XVIII

POSBARROCOS Y NEOCLÁSICOS.

En el siglo XVIII hubo una gran afición al teatro. Además, se produjeron constantes enfrentamientos entre los defensores del teatro posbarroco y los partidarios de una renovación neoclásica.

El teatro posbarroco

Durante la primera mitad del siglo se desarrolla un teatro postbarroco que continuaba las formas de Calderón, con autores que repetían temas y argumentos, pero que complicaban la intriga y el montaje de sus obras.

Sin embargo, dramaturgos posbarrocos fueron partidarios de introducir algunas innovaciones, como concentrar el espacio y el tiempo, reducir el número de personajes y regularizar el estilo. Son rasgos que pueden verse en obras de Antonio Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, o el convidado de piedra, nueva versión del drama de Tirso de Molina) o de José de Cañizares (El dómine Lucas).

El teatro neoclásico

En la segunda mitad del siglo XVIII los ilustrados mostraron una clara oposición al teatro del Siglo de Oro por razones estéticas y políticas. Querían acabar con un teatro inverosímil y divulgador de ideas sociales y morales arcaicas.

Para erradicar esos males, propusieron un respeto escrupuloso a las unidades clásicas, aspiraron a la verosimilitud y a la presentación de tipos y conflictos universales de los que se desprendiera una enseñanza útil. La fórmula defendida por los neoclásicos  no pasó nunca de ser un teatro minoritario, sin eco entre el público y sostenido por las élites del poder, aunque no faltan las excepciones como  El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, que tuvo un enorme éxito.

En esta segunda mitad hay que distinguir dos grandes corrientes:

  • El teatro popular. Los  géneros de éxito siguieron siendo las comedias de magia, de santos y militares.  También gozaron de popularidad las comedias sentimentales o lacrimosas, en las que abundaban las escenas patéticas cuya finalidad era poner en evidencia la falta de comprensión de la sociedad, que impide la felicidad de los personajes. La obra que dio el espaldarazo al género fue El delincuente honrado de Jovellanos.

Dentro de las piezas menores fue el sainete el que tuvo más éxito. Esta pieza  breve, humorística, que refleja tipos y costumbres populares, se convirtió en el espejo de los aspectos pintorescos y cómicos de la vida cotidiana, del lenguaje y de los usos del pueblo bajo. Su objetivo era divertir al público por medio de la caricatura y de los diálogos vivos e ingeniosos.

La figura clave fue Ramón de la Cruz, quien ejerció al mismo tiempo de empresario y director teatral. La crítica lo convirtió en defensor del casticismo frente al afrancesamiento. La mayor parte de sus sainetes con cuadros de costumbres (Las castañeras picadas) o sátiras de tipos (El petimetre). Tampoco faltan las parodias literarias contra el teatro de los ilustrados: El Manolo, su obra maestra, es un remedo de la tragedia neoclásica; su subtítulo es sumamente revelador: Tragedia para reír o sainete para llorar.

  • El teatro neoclásico. Los ilustrados pensaban que el teatro era el  medio fundamental para  la educación y la propaganda política. Por ello, durante el reinado de Carlos III se propusieron realizar una reforma del teatro, tanto de sus aspectos formales como de los contenidos morales. Por otro lado, el conde de Aranda tomó una serie de medidas destinadas al embellecimiento de los locales y mejora de las condiciones de representación. Dentro del teatro neoclásico, los géneros cultivados fueron la tragedia y la comedia.

La tragedia neoclásica era un tipo de obra que imitaba modelos franceses e italianos, con una construcción muy determinada por la regla de las tres unidades (de lugar, tiempo y acción) a que debía estar sometida. El tema fundamental era la lucha por la libertad, tratado sobre un fondo histórico en el que la virtud, el patriotismo y la nobleza de los personajes salen siempre triunfantes. Por ello, este tipo de obras no consiguió conectar con el público. La pieza que más fama alcanzó fue Raquel de Vicente García de la Huerta, escrita en romance en endecasílabos y de argumento histórico-legendario: los amores de Alfonso VIII y la judía Raquel, que tiene dominada su voluntad.

La comedia neoclásica era un tipo de obra que mostraba una realidad idealizada. De acuerdo con las leyes del decoro, solo sacaba a escena a personajes comunes: burgueses y sus criados. Dado su carácter didáctico, critica las debilidades y vicios de la sociedad, tratando de mostrar la vía de la razón y el buen sentido. En una primera etapa utilizó el verso, hasta que Leandro Fernández de Moratín introdujo el uso de la prosa.

Fuente: Andrés Amorós, Leonardo Gómez Torrego, Pilar Navarro, Enrique Páez.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Modernismo y Generación del 98 (Introducción)


A comienzos del siglo XX coinciden en España dos movimientos estéticos: Modernismo y Generación del 98.

En la crisis de fin de siglo, Rubén Darío trae a nosotros el Modernismo: "un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza".

A la vez, la pérdida de las últimas colonias supone, para los españoles, un golpe psicológico muy duro. Piensan algunos que España había tocado fondo y que hacía falta un enérgico esfuerzo colectivo para volver a subir: se empieza a hablar de la necesidad de regenerar a España. Un grupo de jóvenes escritores se constituyen en portavoces de estas inquietudes.

Sus características comunes son poner, antes de nada, la preocupación por España. Intentar una reforma de la sensibilidad española. Son rebeldes, pesimistas, escépticos, autodidactas.

Poseen una nueva sensibilidad que redescubre el paisaje castellano concebido como un "paisaje del alma", un estado del espíritu. Traen un nuevo tipo de lenguaje, más sobrio que el anterior.

Literatura finisecular: La generación de fin de siglo (para otros primera generación del siglo XX): la formada por modernistas y noventayochistas (Generación del 98)

Cuadro de autores

Narrativa

Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Valle Inclán

Poesía

En Hispanoamérica: Rubén Darío
En España: Manuel Machado, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez ("pertenece" a otra generación posterior, la del 14 o Novecentismo, pero suele estudiarse dentro del Modernismo)

Teatro
Valle Inclán

Contexto sociohistórico.

Entre 1885 y 1914, se produjo una “crisis universal de las letras y del espíritu” que configuró la mentalidad del ser humano del nuevo siglo. Entre los rasgos más característicos podemos destacar:
·                                      Pérdida de la confianza en el progreso: a pesar de los progresos de la técnica seguía habiendo malas condiciones de vida, problemas sociales, etc.

·                                      Crítica del positivismo y desconfianza en la razón para entender el mundo.  Se trata de entender y afrontar la vida con la voluntad, el sentimiento y la intuición más que con la razón. A ello contribuyeron la obra de pensadores como  Schopenhauer y Kierkegaard (la existencia humana es dolor y angustia), Nietzsche (exaltación de los impulsos vitales sobre la razón), Bergson (reivindicación de la intuición para penetrar en lo real) y Freud (los verdaderos instintos -el amor y la muerte- se hallan reprimidos en el interior del ser humano).

·                                      Crisis religiosa: la sociedad se hace cada vez más laica.

      
      Modernismo y G. del 98



          Desde finales del XIX proliferan tanto en Europa como en América las corrientes renovadoras opuestas a la estética del Realismo vinculada al positivismo y a la razón.

          En España e Hispanoamérica este movimiento renovador (que abarca el final del XIX y las dos primeras décadas del XX) recibe el nombre de MODERNISMO (en un primer momento el término ‘modernista’ tenía sentido peyorativo). Estos jóvenes escritores, que se oponen a la literatura decimonónica, se llaman a sí mismos la “gente nueva”  y mostraban su desprecio por los menos jóvenes y por la literatura realista.

          La mayoría de ellos tienen en común una actitud rebelde frente a los valores burgueses, asentados en el orden y la tradición; incluso adoptaban una conducta y un atuendo con la intención de provocar (“épater le bourgeois”).  Se rebelan contra la filosofía positivista  y materialista de la segunda mitad del XIX (frente a la razón reivindicaban el sentimiento, la intuición y la voluntad para entender el mundo).

          Posteriormente  se reservó el término de MODERNISTAS para referirse exclusivamente a quienes rechazaban la mediocridad y se interesaban por el culto a la Belleza (“el arte por el arte” fue su consigna; o también “la estética como ética”, sin compromiso social) y la búsqueda de una nueva forma de expresión (que encontrarán, sobre todo, en la literatura francesa contemporánea).

          Se utilizó el término de Generación del 98 para los que mostraban un mayor interés  por contenidos humanos y adoptaban una actitud crítica ante la situación política, social y económica de España (situación que pretenden cambiar). Autores: Unamuno, Azorín, Baroja

          Pero modernistas y noventayochistas coinciden en el tiempo, y muchos de los escritores de la época participan de ambas tendencias como Antonio Machado o Valle Inclán.