Invertir en ciencia... por nuestros hijos.
Es preciosa la leyenda de José y el Faraón, y contiene
una gran sabiduría. La leyenda nos enseña que es precisamente en los tiempos de
vacas gordas cuando los gobernantes han de prepararse para los tiempos de vacas
flacas, que antes o después vendrán. Habrá que reflexionar qué habremos de
hacer cuando las vacas gordas vuelvan, y apuntarlo bien, que luego se olvida.
Ya que no supimos guardar un quinto del grano producido como hubiera
recomendado José, es importante ahora poner mucho cuidado en cómo repartimos lo
que tenemos.
Los presupuestos de una familia, de una empresa o de las
Administraciones públicas tienen dos grandes capítulos donde emplean los
fondos: gasto e inversión. Inversión es el uso de dinero con la expectativa
razonable de recuperarlo y sacarle rendimiento; gasto, el uso de dinero que no
nos genera esa expectativa. Si hablamos de los presupuestos públicos, se podría
decir que el gasto lo hacemos para nosotros y la inversión la hacemos para
nuestros hijos.
Creo obvio que la educación primaria, la universitaria,
la promoción de la ciencia y la de la tecnología son inversiones porque se
pueden esperar razonablemente de ellas rendimientos futuros. Veo con mucha
preocupación que se trate estas partidas como si fueran gastos. Una escuela de
calidad es la garantía de que los mejores talentos se desarrollarán y
producirán una generación de científicos y tecnólogos dentro de 10 o 20 años. La Universidad accesible
a todos, según sus méritos y su esfuerzo, asegura la continuidad de este
proceso para dentro de cinco o 10 años. Y las inversiones en fomento de la
ciencia y la tecnología promocionan la conversión de todo ese talento en
innovación que revertirá en nuevos productos, patentes, servicios y, en
general, en sólida exportación en plazos aún más cortos.
Para trasladarlo a un área cercana a mí, la idea de que
se “gasta mucho” en programas espaciales debe desterrarse por dos motivos. En
primer lugar porque no se gasta sino que se invierte. Estudios económicos de
entidades tan prestigiosas como la
OCDE coinciden en que cada euro invertido en la actividad
espacial reporta a la economía de un país entre 4 y 20 veces su valor: las
posibilidades abiertas por el espacio hacen surgir infinidad de nuevos negocios
y la innovación conseguida mejora los procesos de las demás industrias. En
segundo lugar porque lo que se invierte no es mucho. Si repartiéramos entre
todos los españoles la inversión pública de España en espacio cada año
tocaríamos a... unos cuatro euros. En Europa la media es de 10, una décima
parte que en EE UU. Comparémoslo con las cifras que se barajan por persona del
coste de los rescates bancarios, por ejemplo. Y con esa pequeña inversión hemos
conseguido que la industria y los científicos europeos sean líderes mundiales
en lanzadores comerciales, satélites de comunicaciones, exploración planetaria
y observación científica de la
Tierra , por citar solo algunos ejemplos, y sin mencionar el
efecto de las tecnologías espaciales sobre otros sectores.
En el caso español, ha costado muchos años de esfuerzo y
tenacidad construir una consolidada y pujante industria espacial. Industrias,
centros de investigación y universidades de nuestro país participan en
prácticamente todos los programas de la Agencia Europea
del Espacio (ESA), y han adquirido un gran prestigio en Europa. Llegar hasta
aquí ha requerido mucho tiempo y mucho esfuerzo y es esencial mantener e
intensificar las inversiones en este sector de tanta importancia estratégica.
No nos liemos ahora entre gasto e inversión, y no nos
carguemos ahora las vacas flacas, sobre todo las que darán buena leche en
cuanto tengan mejor pienso. Por nuestros hijos.
Pedro Duque es astronauta de la Agencia Europea del Espacio. (ESA)
Publicado en El País. (9 de noviembre de 2012)
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