lunes, 12 de noviembre de 2012

El teatro del siglo XVIII



EL TEATRO DEL SIGLO XVIII

POSBARROCOS Y NEOCLÁSICOS.

En el siglo XVIII hubo una gran afición al teatro. Además, se produjeron constantes enfrentamientos entre los defensores del teatro posbarroco y los partidarios de una renovación neoclásica.

El teatro posbarroco

Durante la primera mitad del siglo se desarrolla un teatro postbarroco que continuaba las formas de Calderón, con autores que repetían temas y argumentos, pero que complicaban la intriga y el montaje de sus obras.

Sin embargo, dramaturgos posbarrocos fueron partidarios de introducir algunas innovaciones, como concentrar el espacio y el tiempo, reducir el número de personajes y regularizar el estilo. Son rasgos que pueden verse en obras de Antonio Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, o el convidado de piedra, nueva versión del drama de Tirso de Molina) o de José de Cañizares (El dómine Lucas).

El teatro neoclásico

En la segunda mitad del siglo XVIII los ilustrados mostraron una clara oposición al teatro del Siglo de Oro por razones estéticas y políticas. Querían acabar con un teatro inverosímil y divulgador de ideas sociales y morales arcaicas.

Para erradicar esos males, propusieron un respeto escrupuloso a las unidades clásicas, aspiraron a la verosimilitud y a la presentación de tipos y conflictos universales de los que se desprendiera una enseñanza útil. La fórmula defendida por los neoclásicos  no pasó nunca de ser un teatro minoritario, sin eco entre el público y sostenido por las élites del poder, aunque no faltan las excepciones como  El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, que tuvo un enorme éxito.

En esta segunda mitad hay que distinguir dos grandes corrientes:

  • El teatro popular. Los  géneros de éxito siguieron siendo las comedias de magia, de santos y militares.  También gozaron de popularidad las comedias sentimentales o lacrimosas, en las que abundaban las escenas patéticas cuya finalidad era poner en evidencia la falta de comprensión de la sociedad, que impide la felicidad de los personajes. La obra que dio el espaldarazo al género fue El delincuente honrado de Jovellanos.

Dentro de las piezas menores fue el sainete el que tuvo más éxito. Esta pieza  breve, humorística, que refleja tipos y costumbres populares, se convirtió en el espejo de los aspectos pintorescos y cómicos de la vida cotidiana, del lenguaje y de los usos del pueblo bajo. Su objetivo era divertir al público por medio de la caricatura y de los diálogos vivos e ingeniosos.

La figura clave fue Ramón de la Cruz, quien ejerció al mismo tiempo de empresario y director teatral. La crítica lo convirtió en defensor del casticismo frente al afrancesamiento. La mayor parte de sus sainetes con cuadros de costumbres (Las castañeras picadas) o sátiras de tipos (El petimetre). Tampoco faltan las parodias literarias contra el teatro de los ilustrados: El Manolo, su obra maestra, es un remedo de la tragedia neoclásica; su subtítulo es sumamente revelador: Tragedia para reír o sainete para llorar.

  • El teatro neoclásico. Los ilustrados pensaban que el teatro era el  medio fundamental para  la educación y la propaganda política. Por ello, durante el reinado de Carlos III se propusieron realizar una reforma del teatro, tanto de sus aspectos formales como de los contenidos morales. Por otro lado, el conde de Aranda tomó una serie de medidas destinadas al embellecimiento de los locales y mejora de las condiciones de representación. Dentro del teatro neoclásico, los géneros cultivados fueron la tragedia y la comedia.

La tragedia neoclásica era un tipo de obra que imitaba modelos franceses e italianos, con una construcción muy determinada por la regla de las tres unidades (de lugar, tiempo y acción) a que debía estar sometida. El tema fundamental era la lucha por la libertad, tratado sobre un fondo histórico en el que la virtud, el patriotismo y la nobleza de los personajes salen siempre triunfantes. Por ello, este tipo de obras no consiguió conectar con el público. La pieza que más fama alcanzó fue Raquel de Vicente García de la Huerta, escrita en romance en endecasílabos y de argumento histórico-legendario: los amores de Alfonso VIII y la judía Raquel, que tiene dominada su voluntad.

La comedia neoclásica era un tipo de obra que mostraba una realidad idealizada. De acuerdo con las leyes del decoro, solo sacaba a escena a personajes comunes: burgueses y sus criados. Dado su carácter didáctico, critica las debilidades y vicios de la sociedad, tratando de mostrar la vía de la razón y el buen sentido. En una primera etapa utilizó el verso, hasta que Leandro Fernández de Moratín introdujo el uso de la prosa.

Fuente: Andrés Amorós, Leonardo Gómez Torrego, Pilar Navarro, Enrique Páez.

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