viernes, 19 de abril de 2013

LA TRAMPA - Las botas gastadas (2012)




Muy pocos son los músicos de este país que están facultados para firmar un álbum como Las botas gastadas, un trabajo con muchos elementos autobiográficos de alguien que sabe dónde está, de dónde viene y quién es. Pablo Perea es un lujo para cualquier aficionado a la música, y le debemos no sólo que podamos disfrutar de su arte, sino que no se dé por vencido y nos siga regalando obras del tamaño de la que nos ocupa.

Son varios los momentos en los que Pablo hace referencia a su pasado para hablar de lo que fue y de lo que es en este momento: “Tras las huellas de mis pies”, “Días de vino y de rosas”, “Ni tú ni yo”… Y lo hace sin afectación ni lamentaciones, sino con un poso de melancolía y cierta carga de optimismo. La recuperación del nombre de la banda que le dio la fama (si es que podemos hablar de eso en España) le ha reforzado en una identidad reconocible para sus seguidores y para cualquiera que escuche éste y los anteriores discos de La Trampa. Aquí podríamos plantear a quién podría ir dirigido el álbum: sin duda a aquellos que conocen a Pablo Perea y lo siguen; por otro a un potencial público que no lo conoce y al que llegaría, sin duda, si las radios de más audiencia de nuestro país programaran música basándose en los méritos de los músicos que la crean, o al menos la combinaran con el resto. Y es que Las botas gastadas es un álbum que se puede valorar en quilates.

La perfecta combinación de letra y música alcanzan cotas de excelencia en su nuevo disco, letras que huyen de los lugares comunes, con hallazgos brillantes (sobre todo de Pablo pero también de Juan Mari Montes, que escribe algunas letras del disco) juegos sorprendentes... Y la música, por encima de todo la música que evidencia las señas de identidad de un autor, un artista con personalidad y sensibilidad. Un disco de rock con muchas melodías, con influencias del rock actual, del de los 80 e incluso 70.

El tema de presentación y el que abre el trabajo, “Días de vino y rosas”, muy La Trampa, es quizás la canción que termina desgastándose más pronto para dar paso a un jugoso festín musical que comenzaría en “Experiencia” y acabaría (aunque en realidad no acaba) en “Mi cicatriz”. Es imposible no sentirse conmovido por canciones como “Ni tú ni yo”, en la que el oyente se deja mecer por ese estribillo hipnótico adornado de unos impagables coros. “Ángel negro” tiene otro estribillo brillante, con un estimulante juego de guitarras. Dolorosa resulta “Que quedo yo”, compuesta con Rafa Martín que aporta también los coros, con una interpretación estremecedora por parte de Pablo, en la que demuestra qué significa eso de interpretar y emocionar a través de la voz.

No resulta fácil resistirse a los encantos de unas melodías como las de “Conjunto vacío” o a la nueva versión de “Acércate y bésame”, muy dinámica.

“Acción-Reacción” quizás no tenga un estribillo que enganche mucho, pero tiene unos coros tan chulos y está tan bien cantada que me importa un bledo: ya me gustará. Tampoco suelen gustarme las canciones con mensajes optimistas de cara a un futuro mejor. El mensaje de “Grita paz” llega claro, convincente y auténtico. No sólo me lo creo, sino que me emociona profundamente, en especial cuando revienta ese estribillo tan sincero.


Me queda la colaboración de Carlos Tarque en “Tras las huellas de mis pies”, y el resto que conforman Las botas gastadas, que además tiene un muy buen trabajo de producción. Un disco que resulta deslumbrante en muchos momentos, no porque sea mejor que otros (que también) sino por ser obra de un artista excepcional, único, que muestra algo esencial en un músico: la sensibilidad y el talento para hacer de su propia historia una obra de arte y transmitirla a los demás para que la hagan suya.