Muy pocos son los músicos de este país que
están facultados para firmar un álbum como Las
botas gastadas, un trabajo con muchos elementos autobiográficos de alguien
que sabe dónde está, de dónde viene y quién es. Pablo Perea es un lujo para cualquier aficionado a la música, y le
debemos no sólo que podamos disfrutar de su arte, sino que no se dé por vencido
y nos siga regalando obras del tamaño de la que nos ocupa.
Son varios los momentos en los que Pablo hace
referencia a su pasado para hablar de lo que fue y de lo que es en este
momento: “Tras las huellas de mis pies”, “Días de vino y de rosas”, “Ni tú ni
yo”… Y lo hace sin afectación ni lamentaciones, sino con un poso de melancolía
y cierta carga de optimismo. La recuperación del nombre de la banda que le dio
la fama (si es que podemos hablar de eso en España) le ha reforzado en una
identidad reconocible para sus seguidores y para cualquiera que escuche éste y
los anteriores discos de La
Trampa. Aquí podríamos plantear a quién
podría ir dirigido el álbum: sin duda a aquellos que conocen a Pablo Perea y lo
siguen; por otro a un potencial público que no lo conoce y al que llegaría, sin
duda, si las radios de más audiencia de nuestro país programaran música
basándose en los méritos de los músicos que la crean, o al menos la combinaran
con el resto. Y es que Las botas gastadas
es un álbum que se puede valorar en quilates.
La perfecta combinación de letra y música
alcanzan cotas de excelencia en su nuevo disco, letras que huyen de los lugares
comunes, con hallazgos brillantes (sobre todo de Pablo pero también de Juan Mari Montes, que escribe algunas
letras del disco) juegos sorprendentes... Y la música, por encima de todo la
música que evidencia las señas de identidad de un autor, un artista con
personalidad y sensibilidad. Un disco de rock con muchas melodías, con
influencias del rock actual, del de los 80 e incluso 70.
El tema de presentación y el que abre el
trabajo, “Días de vino y rosas”, muy La Trampa , es quizás la canción que termina
desgastándose más pronto para dar paso a un jugoso festín musical que
comenzaría en “Experiencia” y acabaría (aunque en realidad no acaba) en “Mi
cicatriz”. Es imposible no sentirse conmovido por canciones como “Ni tú ni yo”,
en la que el oyente se deja mecer por ese estribillo hipnótico adornado de unos
impagables coros. “Ángel negro” tiene otro estribillo brillante, con un
estimulante juego de guitarras. Dolorosa resulta “Que quedo yo”, compuesta con Rafa Martín que aporta también los
coros, con una interpretación estremecedora por parte de Pablo, en la que
demuestra qué significa eso de interpretar y emocionar a través de la voz.
No resulta fácil resistirse a los encantos de
unas melodías como las de “Conjunto vacío” o a la nueva versión de “Acércate y
bésame”, muy dinámica.
“Acción-Reacción” quizás no tenga un
estribillo que enganche mucho, pero tiene unos coros tan chulos y está tan bien
cantada que me importa un bledo: ya me gustará. Tampoco suelen gustarme las
canciones con mensajes optimistas de cara a un futuro mejor. El mensaje de
“Grita paz” llega claro, convincente y auténtico. No sólo me lo creo, sino que
me emociona profundamente, en especial cuando revienta ese estribillo tan
sincero.
Me queda la colaboración de Carlos Tarque en “Tras las huellas de mis pies”, y el resto que
conforman Las botas gastadas, que
además tiene un muy buen trabajo de producción. Un disco que resulta
deslumbrante en muchos momentos, no porque sea mejor que otros (que también)
sino por ser obra de un artista excepcional, único, que muestra algo esencial
en un músico: la sensibilidad y el talento para hacer de su propia historia una
obra de arte y transmitirla a los demás para que la hagan suya.
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