El autor anima a buscar la
verdad más allá de la superficie, la apariencia y lo puramente ‘científico’.
Reivindica la imaginación como herramienta para intentar acercarse a la esencia
de las cosas.
[...]
Todos esos conocidos míos
coinciden en pensar que el materialismo es la filosofía de adultos, y que las
imaginaciones de nuestros antepasados eran infantiles, como si la raza humana
hubiese ido ganando inteligencia o madurez, lo que no me parece cierto en
absoluto. Entre las ideas más antiguas vienen algunas de las mejores, más
geniales, y más útiles, y más inspiradoras que se han concebido. En el mundo de
las ideas ser primitiva no equivale a ser sencilla ni infantil.
Hoy en día solemos pensar que el
materialismo es moderno y científico. Alabamos de inteligente a quien diga que
la mente y el cerebro son la misma cosa, que los pensamientos son descargas
electroquímicas, que las emociones son efectos neuronales, y que el amor, como
solía decir Denis Diderot, no es más que «una irritación mutua de dos
intestinos».
En el materialismo no cabe ni el espíritu ni nada de lo que se encuentra
fuera del alcance de la observación. ¿Se trata de veras de una idea moderna? Mi
perro es materialista. Es fácil comprender que nuestros antepasados poco
evolucionados debían de serlo también. Para ellos, todo lo que existía era
físicamente sensible. Sus pensamientos no pasaban de ser impresiones en sus
retinas. Detectaban sus emociones como impulsos corporales. Eran materialistas
por falta de imaginación, no por exceso de racionalidad. El materialismo, a fin
de cuentas, es la filosofía menos sofisticada, menos intelectual, de todas.
Mucho más que la metafísica, es genuinamente primitiva, genuinamente infantil:
fácil de comprender por conformarse a lo obvio. El descubrimiento de lo
invisible -lograr apreciar que existe la posibilidad de encontrar otros mundos
a través del ejercicio de la imaginación- era una de las ideas más fecundas que
hubiesen podido ocurrir a la mente humana. No sabemos quién fue el genio entre
los homínidos que vino a ser el primero en proponérsela a sus contemporáneos.
Pero si volviera a aparecer tendríamos que concederle un Premio Nobel, cuanto
menos. Ver lo que no está exige potencia intelectual infinitamente más avanzada
que percibir lo visible, que no supone más que la observación más básica y
menos crítica.
[...]
Desconfiar de los sentidos tiene
sus problemas. Conduce a nutrir fe en las ilusiones, las fantasías, las
alucinaciones, la locura. Todo lo cual engaña, pero también inspira. Abre
posibilidades. Alimenta las artes. Hace accesibles ideas inalcanzables por la experiencia,
como la eternidad, la infinidad, y la inmortalidad. Habilita a los visionarios
y favorece el carisma contra la fuerza, y los talentos contra los tiranos. Así
que no me habléis, compañero, ni alumno, ni carnicero, ni colega filosófico,
del materialismo. Es cosa de niños.
Felipe Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra
William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre
Dame.
Publicado en El Mundo (5 de octubre de 2012)
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