domingo, 7 de octubre de 2012

'Contra el materialismo', por Felipe FERNÁNDEZ-ARMESTO


El autor anima a buscar la verdad más allá de la superficie, la apariencia y lo puramente ‘científico’. Reivindica la imaginación como herramienta para intentar acercarse a la esencia de las cosas.

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Todos esos conocidos míos coinciden en pensar que el materialismo es la filosofía de adultos, y que las imaginaciones de nuestros antepasados eran infantiles, como si la raza humana hubiese ido ganando inteligencia o madurez, lo que no me parece cierto en absoluto. Entre las ideas más antiguas vienen algunas de las mejores, más geniales, y más útiles, y más inspiradoras que se han concebido. En el mundo de las ideas ser primitiva no equivale a ser sencilla ni infantil.

Hoy en día solemos pensar que el materialismo es moderno y científico. Alabamos de inteligente a quien diga que la mente y el cerebro son la misma cosa, que los pensamientos son descargas electroquímicas, que las emociones son efectos neuronales, y que el amor, como solía decir Denis Diderot, no es más que «una irritación mutua de dos intestinos».

En el materialismo no cabe ni el espíritu ni nada de lo que se encuentra fuera del alcance de la observación. ¿Se trata de veras de una idea moderna? Mi perro es materialista. Es fácil comprender que nuestros antepasados poco evolucionados debían de serlo también. Para ellos, todo lo que existía era físicamente sensible. Sus pensamientos no pasaban de ser impresiones en sus retinas. Detectaban sus emociones como impulsos corporales. Eran materialistas por falta de imaginación, no por exceso de racionalidad. El materialismo, a fin de cuentas, es la filosofía menos sofisticada, menos intelectual, de todas. Mucho más que la metafísica, es genuinamente primitiva, genuinamente infantil: fácil de comprender por conformarse a lo obvio. El descubrimiento de lo invisible -lograr apreciar que existe la posibilidad de encontrar otros mundos a través del ejercicio de la imaginación- era una de las ideas más fecundas que hubiesen podido ocurrir a la mente humana. No sabemos quién fue el genio entre los homínidos que vino a ser el primero en proponérsela a sus contemporáneos. Pero si volviera a aparecer tendríamos que concederle un Premio Nobel, cuanto menos. Ver lo que no está exige potencia intelectual infinitamente más avanzada que percibir lo visible, que no supone más que la observación más básica y menos crítica.

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Desconfiar de los sentidos tiene sus problemas. Conduce a nutrir fe en las ilusiones, las fantasías, las alucinaciones, la locura. Todo lo cual engaña, pero también inspira. Abre posibilidades. Alimenta las artes. Hace accesibles ideas inalcanzables por la experiencia, como la eternidad, la infinidad, y la inmortalidad. Habilita a los visionarios y favorece el carisma contra la fuerza, y los talentos contra los tiranos. Así que no me habléis, compañero, ni alumno, ni carnicero, ni colega filosófico, del materialismo. Es cosa de niños.

Felipe Fernández-Armesto es historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame.

Publicado en El Mundo (5 de octubre de 2012)

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