Hace poco más de tres meses que
nos dejó Ray Bradbury, autor de una novela que comenté brevemente aquí hace
unos dos años, El vino del estío.
Este escritor de Illinois es
conocido mundialmente por esta obra imprescindible que se titula Crónicas marcianas, un libro de
referencia de la ciencia ficción por el que es considerado un maestro. Cualquiera
que se adentre en estos viajes espaciales a la conquista del planeta rojo va a
descubrir que es una experiencia tan lírica como inesperada, que los marcianos
de ojos amarillos también sueñan, y que después de vivir unos años allí tras
haber dejado el planeta Tierra se le echa de menos, tanto como se añora Marte
tras cerrar la última página de esta colección de relatos unidos por muchas más
cosas que su localización.
Aunque ahora sabemos más de Marte
de lo que sabía Bradbury hace más de 50 años, asombra leer en una de sus páginas
una declaración tan acertada referida a nuestro mundo actual como la siguiente
de boca de uno de sus personajes:
La ciencia se nos adelantó demasiado, con demasiada rapidez, y la gente
se extravió en una maraña mecánica, dedicándose como niños a cosas bonitas […];
dando importancia a lo que no tenía importancia, preocupándose por las máquinas
más que por el modo de dominar las máquinas.
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