A continuación dejo algunos de los textos que habéis enviado inspirados por la pintura de Friedich. De regalo, una fotografía de la visita al Museo del Romanticismo.
Él busca, entre las olas, una respuesta, una
solución, o quizás tranquilidad. Serena, dulce, y al mismo tiempo, amarga.
Parece haber llegado de un gran duelo, y estar
reflexionando sobre ello.
Parece concentrado, al mismo tiempo que triste. ¿Y
qué hace este señor sobre una roca? ¿Tan parado y apacible? ¿Tan sereno e
imperturbable? ¿Tan sosegado e indolente?
¿Son sus pensamientos los que le han llevado hasta
ahí, o no son más que simples cavilaciones?
¿Qué especula, qué observa, qué quiere?
¿Será un gran amor prohibido? ¿Una simple pérdida? ¿Recuerdos
imborrables? ¿Y por qué tanto misterio, tanta tristeza?
Algo oculta, con claridad, que al mismo tiempo
quiere mostrar, pero no hay vestigios de su exacta condición.
Así pues, dejo vacía la pregunta, la cual espera
respuesta inescrutable.
Ana G.
Y después de
todo por lo que había pasado Eric, ahí estaba, sólo, divisando ese mar de nubes
que se agitaba embravecido ante sus ojos, con olas de niebla que chocaban
contra las altas montañas.
Él, sin
embargo, no sentía la tempestad de ese mar que le rodeaba; no sentía la belleza del paisaje que contemplaba; no sentía el miedo de estar al borde de la montaña
más alta. Simplemente, no sentía.
Tenía la
mirada fija en algún lugar del horizonte. Pensaba si había valido la pena todo
su esfuerzo, todo su amor. Intentaba encontrarle sentido a todo, pero no lo
conseguía. Para él, el sentido de la vida había muerto junto con su querida
esposa.
De hecho
hacía unas horas, en el funeral de su mujer había dicho:
“Sin
ti, amor mío
no soy nada, estoy vacío.
Juré ante Dios,
nuestro Señor
estar siempre contigo,
y sin embargo,
aquí estoy y te digo:
Espérame allí donde estés,
que pronto contigo me
reuniré.”
Entonces, Eric creyó ver a su mujer como un ángel ante
él, esperándole, y sin temor a la muerte dio un paso más. Estaba a tan sólo
unos centímetros de una caída que acabaría con su vida sin sentido, pero se
sujetaba gracias a bastón que llevaba hoy, a juego con su mejor traje; aunque
nada de eso importara.
El ángel, bello y luminoso, seguía allí. Eric empezó a
llorar y dirigiéndose al ángel dijo: “Voy”. Y justo cuando iba a dar su último
paso, escuchó que alguien decía: “Papá, espera, no te tires por favor, te
necesito.”
Y fue entonces cuando recordó que no estaba sólo, que
tenía una preciosa hija de cabellos dorados que le esperaba a la sombra de un
manzano cercano, y sin pensárselo dos veces retrocedió lentamente y vio a su niña. Era igual que su madre. Y por fin
supo lo que tenía que hacer. La abrazó.
Arelis
Me
desperté exaltado, no sabía qué me había pasado durante la larga noche. No le
di importancia; me senté en la cama y me levanté. Me sentía muy incómodo ya que
no recordaba en ese momento qué hacía vestido de aquella manera.
Por
la mañana al salir de casa todo el mundo me miraba por alguna extraña razón que
no sabía explicar. Hasta que una niña pequeña que iba con su madre dijo: “Mamá
es ese señor; es el viajero”. Al escuchar esto fui rápidamente a mi precioso y
relajado lugar para intentar entender qué es lo que ocurría.
No
sabía por qué pero todo el rato pensaba en lo que había pasado antes; pero no
en lo que dijo la niña sino en aquella mujer. Todo el rato pensaba en ella; en
su pelo rubio rizado, en sus ojos tranquilos y serenos.
Cuando
de repente se acerca la niña de antes y se sienta a mi lado. Me di la vuelta
pero no estaba su madre ni nadie que la buscara.
Le
pregunté: “¿Niña, te has perdido?” y me dijo: “No”; muy tranquila.
Después
de un tiempo en silencio los dos, me dijo la niña: “Tú si te has perdido”; yo
no entendía nada pero seguidamente continuó hablando: “Sí señor, usted se ha
perdido. ¿Verdad que desde que hoy salió de su casa estaba completamente descolocado?”.
Seguí escuchándola y le respondí: “Niña no sé de qué me estás hablando”. Seguidamente
ella dijo: “ Sí, usted sabe perfectamente de lo que le estoy hablando señor.
Usted no se querrá acordar pero ayer de madrugada estaba asomada en mi balcón y
le vi pasar. Se sentó justo aquí y empezó a mirar durante un largo tiempo este
mar enneblecido. No sé por qué pero de repente vi cómo empezaba
a caminar sin ningún rumbo fijo; se le notaba que estaba pensando en alguien
¿verdad?”.
No
sabía cómo esta niña tan pequeña podría estar diciéndome esto, pero de todas
formas le respondí: “ Sí, bueno, la verdad...” Cuando me dijo: “Claramente sí,
señor estaba pensando en mi madre”.
Le
pregunté: “¿Cómo sabes eso tú niña?”, cuando me dijo: “ Porque a mi madre
Niebla le ocurre lo mismo. Últimamente le ve todas las madrugadas, igual que le
veo yo ahí pensando”.
Le
dije a la niña: “ Lo que me estás tratando de decir es que Niebla, tu madre,
¿piensa en mí?. Respondió la niña: “Correcto
señor.”
De
repente se oye una voz por detrás: ¡Hija, hija! , era Niebla buscando a su hija
desesperada. De pronto se acercó Niebla y me dijo: “Muchas gracias señor por
estar con mi hija, últimamente no sé qué le ocurre”.
Le
respondí: “De nada mujer, hemos estado muy bien acompañados; hasta otro día”.
Ya
se fueron y me quedé de pie mirando aquel exótico paisaje.
Yo
solo frente al mar de NIEBLA.
BEATRIZ MARTÍN MARTÍN
Y allí
estaba admirando la niebla, como mar enfurecido en una tormenta; no sabía qué
hacía ni cómo había llegado hasta aquel hermoso lugar, pero sentía una enorme
presión en el pecho por la cual me costaba respirar.
Tenía el
rostro mojado, me escocían los ojos, tenía la nariz colorada; todo indicaba que
había soltado alguna que otra lágrima pero yo no lo recordaba.
Empecé a
pensar.
Había sido
un duro día: aquella mañana me desperté sobresaltado. Escuché gritos en la
calle: “¡La novia ha llegado!”. El rostro de aquella mujer estaba tapado con un
largo velo blanco pero creía conocerla. Me acerqué. Ella puso cara de
melancolía y me miró tiernamente a los ojos ¿Por qué me miraba así?
Aunque no
sabía el porqué de esa mirada de ternura y compasión me hizo empezar a pensar.
Pensando
llegaría a este lugar ya que no recuerdo el camino. El lugar en el que me
encontraba me transmitía calma y paz para poder pensar en aquella mujer a la
que acababa de ver con ese esplendoroso vestido blanco.
Tenía
lagunas en la memoria, recordaba vagamente ese rostro y pensé: la vi en un bar,
en una fiesta…
Entonces recordé.
Recordaba
aquella cara aunque más joven, con aparato dental y con algún que otro granito;
pero era ella, definitivamente; ella no era la más popular ni la más lista pero
para mí era la chica más guapa del colegio; ella era la chica que me abrió su
corazón y la que fue mi primer amor.
Carlota Atienza
El sabio llegó hasta aquel acantilado, atravesando un camino
interminable hasta su fin.
Había visto cosas impactantes, desde el nacimiento de una rosa, hasta la
muerte de la misma. Había sentido amor y dolor, pero sobre todo una soledad
inhumana que se apoderaba de él a cada paso que daba. A cada paso que había
dado.
Había tratado de encontrar la respuesta
a una simple pregunta: ¿Por qué no alcanzamos la inmortalidad ?
La respuesta era sencilla. Porque al final todos deseamos morir, todo es
efímero, inconstante, todo pasa y cambia. Pero lo único atemporal, lo único que
no cambia, es la muerte.
Y tras esta deducción el Sabio saltó al vacío, realizando el último
cambio que habría en su vida.
Celia Critikián
El viajero se acomodó
sobre la roca. No sabía muy bien por qué había terminado allí, solo. Quería
cubrir espacios en blanco que aparecieron en su cabeza hace solo unos días.
Meditaba y meditaba
sobre sus abrumadores pensamientos, estaba confuso y tenía un sentimiento de
soledad, de lejanía hacia el mundo y estar en aquellos espacios de la
naturaleza le hacía reflexionar todavía más, le hacía pensar y meditar sobre el universo, como si algo o
alguien le hubiera llevado hasta ese terreno donde estaba en aquellos momentos.
Su transfiguración era inmediata, su cambio de ánimo fue inminente, había
subido allí para aclarar sus ideas, pero se encontró con tal paisaje y tantos
sentimientos se le vinieron a la cabeza, que solo pudo dar un paso sobre la
roca donde se encontraba. Y suspiró, apreció ese lugar que tan conmovedor le
pareció donde cabían más emociones que preocupaciones.
Mónica Poza
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