Una novela que cuenta la historia
de un joven en primer año de carrera, que encuentra su primer trabajo y
experimenta su primera relación amorosa durante el caluroso verano de 1963 en
Granada, parece una propuesta más que apropiada para esta época. Y lo es.
El poeta Luis García Montero
continúa su andadura en la narrativa con esta, a priori, sencilla historia cuyo
protagonista quiere ser escritor. Alentado por su profesor, acepta un trabajo
que le permita ganar algo de dinero y acumular experiencias vitales. A lo largo
del diario de León Egea conocemos este proceso de aprendizaje literario,
amoroso, vital. En la editorial Universo, León comenzará a ofrecer esperanzas
de futuro en cómodos plazos, experimentará el dolor que se siente cuando los
zapatos no ajustan, y encontrará en Consuelo un respiro, un descanso, a la vez
que una frustración que choca contra los miopes principios de una sociedad que
aún ve, como en una pesadilla, las imágenes de una guerra reciente. Como se ve,
nada es aleatorio. Pero León también tiene un pasado: el del provincianismo y
el caciquismo del que huye, de sus relaciones familiares, de la herencia
determinista, de las fronteras invisibles.
La poesía de García Montero
palpita bajo la prosa de Alguien dice tu
nombre, o al revés. Elegancia, belleza, cuidado y sentido del humor se
combinan de forma sencilla, natural. A través de ese lirismo llegamos a la
certeza de que todo lo que nos queda son los recuerdos, porque “todo lo que nos
afecta permanece en nosotros, aunque se pierda en el tiempo”.
El realizador británico Jack
Clayton decidió llevar a la pantalla, tras su primera película Un lugar en la cumbre, la novelita de
Henry James Otra vuelta de tuerca, un
perturbador relato de fantasmas con un fuerte componente psicológico. Aunque en
realidad lo que adaptaba, en parte, era una versión teatral que se había
estrenado con éxito en 1950 bajo el título The
innocents.
Suspense (The innocents), pasa por ser una de las mejores
adaptaciones que se haya hecho de un clásico de la literatura y, concretamente,
del género de terror. Quizás sea así porque consigue trasladar a la pantalla un
texto muy ambiguo, extraño, de naturaleza enigmática, y en cuyos valores
literarios, en su narración y en la voz de su protagonista se sustenta James
para crear el desasosiego y el horror.
En Inglaterra, a finales del
siglo XIX, un terrateniente contrata a una institutriz para que se haga cargo
de sus sobrinos en su mansión familiar. Los niños, Flora y Miles, tienen un
comportamiento tan exquisito como a veces extraño, lo que fascina y perturba a
la institutriz. Todo ello empeora cuando cree ver a los fantasmas de la
anterior institutriz y del jardinero.
La deslumbrante fotografía en
blanco y negro de Freddie Francis, las sombras y las luces que dominan los
encuadres, los espacios vacíos crean una sensación angustiosa. No en vano la
ambientación es uno de los elementos más logrados de la película.
Una de las dificultades de
adaptar la obra es el punto de vista pues, como decía, en la novela de Henry
James sabemos lo que la institutriz (que allí no tiene nombre) cuenta. En la
película de Clayton se consigue que veamos lo que ella ve, y dudemos, como en
el texto, de si los demás, los niños (los inocentes) también lo hacen.
El título del nuevo disco de Tesla, ‘simplicidad’ o ‘sencillez’ (que
no ‘simpleza’) es de los que hablan por sí solos. Tesla no ha sido nunca una
banda que haya abusado (ni usado) adornos ni excesos (“No Machines!”), pero de
simples no han tenido nada. El título se refiere más a lo fundamental, me
atrevo a hablar casi de pureza. En la primera canción, “MP3”, de ritmo potente
y guitarras duras (muy al estilo de los 70), se puede escuchar, casi como algo
testimonial, el rasgado de una guitarra acústica; y no es la única canción en
la que ocurre. Ellos son el estandarte de lo que se está perdiendo (de lo que
estamos perdiendo) en el mundo de las tecnologías que nos usan y no nosotros a
ellas. Y si lo pensamos, en realidad no las necesitamos tanto como creemos. Perdemos
lo fundamental, lo humano, lo sencillo. La materia se desvanece y todo se
vuelve virtual. Al final, como siempre, hay que volver a la esencia. Y Tesla
son la esencia, pues han logrado hacer un disco de grandes canciones con muy
pocos recursos.
Uno se siente afortunado ante la
tarea de reseñar este álbum (nada menos que 14 canciones), porque tiene la
sensación de poder hablar de un disco sobresaliente, que alcanza aquello a lo
que sólo se llega con experiencia, sabiduría y sensibilidad. Y todo por ser tan
sencillo como emocionante, tan directo como cálido, tan eléctrico como natural.
No es fácil encontrar un trabajo
tan lúcido como éste pues, como dije al principio, la tendencia a confundir la
sencillez con la simpleza lo ensucia todo. Esta no es la sencillez del
aficionado, sino la del sabio con experiencia.
Los principios fundamentales de
la banda están al completo en Simplicity,
cada una de sus etapas queda reflejada en el álbum, sus extremos, sus raíces,
sus experimentos, desde su primer disco hasta el último. Por ello pienso que
estamos ante un trabajo medular, que muestra la esencia de Tesla, y casi por
extensión, la esencia del hard rock puro sin aditivos. Así, al escuchar
“Ricochet” uno no reacciona inmediatamente, sino que tiene que esperar a que
esos elementos esenciales alcancen su médula y, al entrar en contacto con ella,
la escucha cobre sentido.
Puro Tesla es el medio tiempo “So
divine…”, pausado en las estrofas y febrilmente rítmico en el estribillo. ¿Cómo
es posible que una voz como la de Jeff
Keith, que podría ser desagradable, se convierta en algo tan
imprescindible? Hay quien escucha una voz potente, con un timbre bonito,
haciendo sensacionales agudos y exclama “¡Qué bien canta!”. Lo que hace Keith
es insustituible y único, y transmite toda la chulería, la rabia y la emoción. En
lugar de disimular o maquillar esos rasgos (voz machacada, timbre de voz) los
refuerza y acentúa, como en el final de “Break of dawn”. Llamémoslo
‘autenticidad’. Eso vale más que muchas voces hermosas. Cantar un tema tan
grande y tan sencillo (otra vez) como “Honestly” (Honestly, I’m just a simple man, doing the best that I can) no es
nada fácil, al menos hacerlo como él. Inconfundible; él es Tesla.
¿Hablamos de las guitarras? Frank Hannon es rock crudo (muy bien
secundado por Dave Rude). Los
dibujos clásicos de la banda saltan desde el comienzo hasta el final, tanto en
los tiempos más rockeros como en los acústicos, y los solos a dos guitarras tan
habituales en el grupo tampoco faltan (“Timebomb”). La producción del disco, asimismo muy cruda,
resalta todos estos elementos que recurren a lo esencial en varios de los solos
(“Other than me”).
Y es que Simplicity es una mina de buena música en la que brillan en medio
de tanta oscuridad (no olvidemos que el disco tiene elementos pesimistas)
canciones semiacústicas, medios tiempos y baladas (algunos se quejarán de su
exceso, ya lo estoy viendo). “Burntout to fade” es absolutamente emocionante, descorazonadora
en su estribillo; e inmediatamente después entra con piano y guitarras la
deslumbrante “Life is a river”, una canción que flota en una sencillísima
melodía que, casi sin cambiar, llega hasta el estribillo para dejar encandilado
a la primera al oyente: Life is a river. Le
it flow. Let the river flow. El solo de guitarra es aún más asombroso, pues
estirando unas pocas notas llena de intensidad una canción (sencillamente)
magnífica.
La matrícula de honor se la
llevan en varias asignaturas, pero en “Break of dawn” no tienen competencia: guitarras
pesadas a lo Bust a nut, sus coros de
críos enrabietados y esa batería de Troy
Luccketta que vuelve loco a cualquiera tras poseer sus cervicales. El
comienzo de “Sympathy” con el bajo de Brian
Wheat lleva el sello de Tesla a fuego en sus compases.
Tesla dejan con Simplicity testimonio de su tiempo. Son
la prueba de que siempre lo nuevo o “moderno” no es mejor. Las emociones son
eternas (no muñequitos amarillos con caritas que sustituyen las palabras). Nada
puede sustituir el sonido de las guitarras ni la emoción de la sencillez. Para
hacer gran música no se necesitan muchos medios. Así de simple.