domingo, 29 de enero de 2012

The artist (M. Hazanavicius, 2011)



Alguien tenía que hacerlo algún día, en algún momento de la Historia del cine un artista tendría que volver a la esencia del que llegó a llamarse séptimo arte, a la “imagen en movimiento” para contar historias con la herramienta esencial del mismo. Y esta vez el relato es la Historia misma del cine, su paso al sonoro, como en Cantando bajo la lluvia. Es, por lo tanto, un ejercicio metacinematográfico que adquiere la categoría de obra de arte.

Todo en The artist destila amor por el cine, y el producto de ese proceso lo injerimos gustosamente enamorándonos a la vez del filme y del cine. Y nos damos cuenta de que no necesitamos las palabras, que la inclusión de los rótulos nos sobra porque nos impide seguir contemplando esas imágenes hermosas, cuidadas, delicadas. También comprobamos que no nos hace falta el color, que podríamos vivir eternamente en ese mundo de matices de blanco y negro, porque todos los que hemos crecido viendo películas así creemos que forman parte de lo que somos. Aquellos que entren por vez primera en una película así ya no van a necesitar, al menos durante un tiempo, efectos especiales para creer que es verdad lo que ven, ni explicaciones de alta tecnología para justificar la forma de actuar de los personajes, ni ciencia ficción para poder dar saltos en el tiempo. Con The artist van a viajar en el tiempo a un mundo que les va a parecer irreal, ficticio y a la vez mágico.

La película rebosa sentido del humor, pues no es posible que sea de otra manera. Las referencias a películas y los innumerables detalles visuales de los que se vale para contar la historia son un continuo disfrute. Todo ello producto de la mano, la inteligencia y la sensibilidad de un director y guionista que es capaz de sacar adelante un proyecto como éste y triunfar. Sólo alguien que haya recibido todas estas cosas del cine es capaz de recrearlo para devolvérselo y así, que otros como él lleguen a hacerlo algún día.


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