miércoles, 24 de noviembre de 2010

ANA MARÍA MATUTE. Premio Cervantes para una niña de 85 años.


La nueva Premio Cervantes, un galardón con el que no contaba a pesar de ser candidata en cada edición («intuición femenina», decía sin resquemor alguno y agradeciendo todos los reconocimientos recibidos en su larga carrera), supo que quería ser escritora antes siquiera de poder descifrar las letras. En su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua ['En el bosque', que leyó el 18 de enero de 1998], Ana María Matute se describía como «una contadora de historias» e invitaba a cruzar el espejo como la Alicia de Carroll («uno de los [cuentos] más mágicos de la historia de la literatura, quizá el que ofrece un mito más maravilloso y espontáneo: el deseo de conocer otro mundo, de ingresar en el reino de la fantasía a través, precisamente, de nosotros mismos»). Su descubrimiento, su otro mundo, eran los bosques que son los libros: «'Cuando yo sea mayor —pensaba— haré esto'. Ni siquiera sabía que 'esto' era participar del mundo imaginario de la literatura. Después, cuando ya había aprendido a descifrar esos signos misteriosos, la primera vez que leí la palabra bosque en un libro de cuentos, supe que siempre me movería dentro de ese ámbito [...]. Jamás había experimentado, ni volvería a experimentar en toda mi vida, una realidad más cercana, más viva y que me revelara la existencia de otras realidades tan vivas y tan cercanas como aquella que me reveló el bosque, el real y el creado por las palabras».

En sus ramas y con una infancia marcada por la guerra, la mala salud, por la fría relación con su madre y por su tartamudez, la niña empezó a crear sus mundos. Tenía cinco años al inventar su primer cuento que también ilustró. A los 17, escribió su primera novela, 'Pequeño teatro' (1954), Premio Planeta, que vendió a la editorial Destino y que no se llegó a publicar hasta que la autora no despuntó por 'Los Abel' (1948). El Nadal, por 'Primera memoria'(1959), hizo popular su nombre mientras estaba casada con el también escritor Eugenio de Goicochea, una relación infeliz que rompió pocos años después. La decisión le costó muy cara: la separación no estaba bien vista y menos si quien la pedía era una mujer. Él se quedó con la custodia de su hijo, Juan Pablo, y ella terminó marchándose como lectora a dos universidades de EEUU. Recuperó al niño tres años después. Su segundo marido, Julio Brocaral, fallecido en 1990, fue su verdadero amor.

'Los hijos muertos' (1959), 'Los soldados lloran de noche' (1964) o 'La torre del vigía'(1971) fueron algunos de los títulos de aquellos años, que concluyeron con una depresión que acalló su pluma demasiado tiempo. Una época que esta optimista declarada («yo soy de las que piensa que la botella está medio llena. Pero soy consciente de que está vacía») prefiere no recordar y que no sólo supo vencer sino que remató con 'Olvidado rey Gudú' (1996), la novela medieval que siempre tuvo en mente y que la aupó en las listas de éxitos. Fue el año, además, de su elección para ocupar el sillón 'K' de la RAE en sustitución de otra mujer, Carmen Conde. «Para mí, escribir no es una profesión, ni una vocación siquiera, sino una forma de ser y de estar, un largo camino de iniciación que no termina nunca», dijo en ese discurso. Por eso promete seguir. Porque esta Alicia prefirió quedarse al otro lado del espejo.

FUENTE: Virginia Hernández. (El Mundo)

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