Éste es el próximo texto que comentaremos en clase:
Yo mismo, cuando
trabajo en una novela, recurro con frecuencia a internet. Por supuesto. Pero
ésa es sólo una pequeña parte del conjunto, y sé que hay cosas que debo hallar
en otra parte. Sin embargo, para muchos jóvenes con inquietudes, con buena
voluntad, documentar una novela o un libro cualquiera, acudir a la Historia o a
la Ciencia como material de trabajo, significa exclusivamente acudir a
Wikipedia. A internet, y punto. Esa fuente documental parece lo más natural del
mundo. Y eso se ve fomentado por un sistema educativo que cada vez depende más
del teléfono móvil, de la tableta o la enseñanza digital, y desprecia las
fuentes clásicas y tradicionales, negando a los jóvenes el hábito de moverse
con soltura en fuentes más serias; de familiarizarse con textos solventes,
anotar, marcar, comparar, completar. Cada vez queda más lejos, no sólo de la
intención, sino de la imaginación, adquirir o consultar libros, trabajar en
hemerotecas y bibliotecas, visitar escenarios reales. Ni pasa por la cabeza
otra cosa que ir a lo fácil. Para qué consultar el Espasa, la Encyclopaedia
Britannica, el Summa Artis, la colección completa de Blanco y Negro o el
Diccionario Biográfico de la Academia de la Historia; para qué leer a Galdós,
Valle-Inclán, Baroja o Clarín, si con un teclazo lo tienes todo resumido en
medio folio. Para qué visitar un museo, para qué viajar a una ciudad con un
antiguo mapa y un bloc de notas, pudiendo teclear en el buscador de internet y
hasta pasear virtualmente por las calles de Osaka o San Petersburgo.
La
consecuencia de todo esto es que, cada vez más, quienes de esta forma limitan
su propio conocimiento aplicarán esos límites a cuanto se les ponga delante.
Juzgarán el mundo no por lo que éste tiene y ofrece, sino por la reducida
visión que de él tendrán ellos.
XL Semanal. (25/12/2016)
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