Hace años que los discos de Harem Scarem los entiendo como el
resultado de la tensión que se produce entre lo que ellos quieren hacer y lo
que les exigen sus fans, y con “sus fans” me refiero a aquellos que los
recuerdan, o incluso los siguen, por sus dos primeras obras, consideradas por
muchos como títulos de referencia dentro del rock melódico.
Los canadienses siempre han sido
una banda inquieta y ambiciosa. Su técnica prodigiosa, su capacidad creativa
les ha llevado a buscar el reconocimiento fuera de las estrechas fronteras del
rock de género, algo que resulta absolutamente razonable y respetable. Lo que
ocurre es que esas fronteras además de estrechas están electrificadas, y el que
intenta escapar o se queda frito en el intento o queda marcado para siempre.
Esos estigmas de haber sido una banda de prestigio hacen difícil conseguir
serlo en otro estilo, porque habitualmente ni se satisface a los seguidores
primeros (que suelen interpretar ese acto como una traición, e imperdonable) ni
se consigue seducir a los nuevos, que parecen oler las marcas. Sin embargo,
creo que el objetivo de Harry Hess y
Pete Lesperance no se reduce sólo a
la justificable búsqueda del éxito, sino a una auténtica inquietud musical y a
un rechazo irrenunciable a encasillarse y repetirse, para lo cual amplían sus
límites hasta que desaparecen; por tanto
resulta difícil clasificar su música como otra cosa que no sea rock.
Y eso es porque ellos son su
propia marca. No hay mayor prueba que la que dan en los primeros segundos de Thirteen, ya que son necesarios sólo los
tres primeros segundos de música de “Garden of Eden” para reconocer el sonido
Harem Scarem. No pueden ser otros, y eso no hay muchos grupos que lo puedan
hacer.
¿Y qué es Thirteen? Aunque para
algunos seguramente sea otra decepcionante muestra de la terquedad de los Harem
Scarem de querer hacer lo que no les
corresponde, y en su derecho están de pensarlo, me parece sobre todo un excelente
ejemplo de la idea de que una de las cosas que de verdad nos hace disfrutar del
arte son los detalles. Ellos son unos maestros en la ejecución, en tomar como
base lo más sencillo para llenarlo de salpicaduras de genio, de deslumbrantes
chispazos de intensidad, de huellas personales. Eso en este álbum está elevado
al máximo. A pesar de que su calidad técnica les permite interpretar lo
imposible, su objetivo siempre ha estado puesto en la inmediatez, en la
comercialidad, en las melodías pegadizas. Podemos tomar su nuevo trabajo,
rascar un poco y encontrar a la muñequita despeluchada de su primer álbum
debajo.
La mezcla de sencillez
estructural y depuración interpretativa
es el rasgo fundamental de Thirteen.
No se me ocurre una canción más sencilla, incluso simple, en su construcción que
“All I need”, y sin embargo es imposible resistirse a su estribillo contagioso
y sus coros, su ritmo entrecortado y a la ejecución de la canción que está
lejos de ser algo sencillo. ¿Es “Whatever It takes” una balada revolucionaria?
No, pero no hay a quien no le tiemblen las piernas cuando escucha entrar la voz
a pelo de Harry Hess cantando la línea When
you and I were young… Ni el estribillo es que sea algo que no se haya
escuchado jamás, no obstante sólo ellos pueden hacerlo así.
Desde ahí, elevan la categoría de
las canciones hasta donde quieren, permaneciendo en un nivel medio cuando les
apetece o transformándolas en grandes temas. En los treinta y nueve minutos que
dura el disco hay de los dos tipos. En mi opinión la chicha está en varias
canciones: la magnífica “Early warning signs” de irresistible ritmo cambiante y
delicioso estribillo, con unos coros que hacen sonreír de satisfacción, y con
el brillante (perdón por la redundancia) solo de Lesperance.
El medio tiempo “The midnight
hours” es una de las canciones más redondas del disco: el cambio de ritmo en el
estribillo desarma al más preparado. Fantásticos coros con armonías muy trabajadas
y con muchísima intención. Lo de Lesperance no me molesto en comentarlo.
Otro temazo es “Troubled times”:
enorme buen gusto y uno de los mejores estribillos del disco. ¿De verdad que
hay tanta diferencia entre esto y “Distant memory” o “With a little love”?
La pieza maestra es, a mi juicio,
“Stardust”. Una canción que revela la enorme categoría de los músicos que
componen esta banda, que crece compás a compás, compleja y sencilla a la vez,
con unas líneas melódicas magistrales que se retuercen hasta lo imposible y
remueven las emociones.
Ponerle etiquetas a esto es casi
cruel. Lo que importa son los detalles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario