miércoles, 12 de diciembre de 2012

"La gran casa", de Nicole KRAUSS



Nicole Krauss está considerada en Estados Unidos como una de las escritoras jóvenes más relevantes de los últimos años. Obtuvo unas excelentes críticas con su anterior novela, La historia del amor, que se convirtió en un superventas. Está casada con el también escritor Jonathan Safran Foer, de quien ya comenté aquí Tan fuerte, tan cerca.

En su nuevo libro, La gran casa (que quedó finalista del prestigioso National Book Award), un enorme escritorio que tiene 19 cajones, uno de los cuales no puede abrirse, articula cuatro historias de pérdida, de dolor, de soledad y frustración, y también de amor. Se trata de cuatro historias con cuatro narradores diferentes, y no todas gozan de la misma intensidad y emotividad. En realidad, el lector tiene que ir uniendo las piezas que le hagan encajar las cuatro historias en una sola, lo cual posiblemente no tenga especial relevancia. Hay relatos que consiguen atrapar al lector y otros que puede que no lo hagan. Así Nadia, la primera narradora, una escritora que parece encontrar en su trabajo el consuelo a todo lo que no tiene y que recibe el escritorio (que parece haber pertenecido a Federico García Lorca) del poeta chileno Daniel Varsky, puede llegar a irritar por su ensimismamiento, quizás algo afectado y elitista, demasiado distante, a pesar de que al final se transforme en un personaje casi patético, digno de compasión.

Leah Weisz es la hermana de Yoav, a quienes conocemos a través de una estudiante que entra en contacto con ellos. Su historia es atractiva, más la que cuenta de los hermanos que la de ella misma en su relación con ellos.

Sin embargo, hay dos personajes verdaderamente conmovedores. Uno de ellos es Aaron, un anciano israelí que se dirige a su hijo de quien le separa una distancia insalvable, pues en realidad nunca ha llegado a conocerlo. El desgarro de sus palabras al tratar de hacer un último intento por comprenderlo y el sentimiento de culpa lo convierten en un personaje turbador, intenso y cercano. Por otro lado está Arthur, que proporciona una travesía hacia el final de la novela que la eleva emocionalmente por su búsqueda de un secreto, un misterio, que ha perturbado su vida conyugal: Lotte, su esposa, era una mujer hermética, cuya parcela de privacidad Arthur siempre había respetado: “Era una obra de arte, su silencio. Y me disponía a destruirlo”. Al acercarse a su objetivo se replantea toda su vida y llega a conclusiones, de nuevo enfangándose en la culpabilidad, para llegar a asegurar que “Mi amor por ella era un fracaso de la imaginación”.

Por todo ello, la sensación que queda al final de la lectura de La gran casa es de relativa satisfacción. Realmente placentera en algunos momentos y no tanto en otros, pues en algunas partes se hace fatigosa, si bien los buenos son ciertamente deleitosos.


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