Casi se siente uno obligado (y
tentado, hay que admitirlo) a aprovechar este espacio para hacer de él un
púlpito desde el que iluminar a todos aquellos que, encantados por las
pegadizas melodías de teclados de hace ya algunos años, han quedado
desorientados, sin posibilidad de reaccionar positivamente ante una nueva obra
de esta panda de traidores a su sonido más popular. Se les podría intentar
invitar a dejarse llevar por las virtudes innumerables que atesoran estos
álbumes, en particular este último, y que vayan, como la niña de Poltergeist, hacia la luz. Pero como
escribió Cervantes en el prólogo a la segunda parte del Quijote, quien espere eso
que se olvide. No es mi intención mirar a nadie por encima del hombro desde
este púlpito, pues no es una cuestión de superioridades.
Lo que sí resulta inevitable en
cada nueva entrega de Europe es hacer referencia a sus trabajos de los ochenta,
en especial a partir del tercero y archipopular. Se produce entonces una
paradoja, pues el álbum que les dio la popularidad y la libertad para hacer lo
que ahora hacen es el que les ha condenado Dios sabe hasta cuando. Conscientes
de ello, en Bag of bones hay
múltiples líneas autobiográficas, empezando desde “Riches to rags”, clara y
valiente en sus planteamientos, no solo en la letra sino en lo musical, aunque
estos comienzos crudos son ya marca de la casa. Lo mismo ocurre con el primer
single “Not supossed to sing the blues”.
Bag of bones es posiblemente lo mejor que ha grabado Europe desde
su vuelta, y eso que Secret society,
álbum por el que siento especial debilidad, son palabras mayores. De él podemos
encontrar alguna referencia en “Mercy you, mercy me”.
Son varios los pasos que ha dado
la banda hasta encontrarse a sí misma en este Bag of bones, desde la oscuridad clara de Start from the dark, pasando por la dureza y contundencia de Secret society, hasta el antecedente más
evidente, una especie de borrador de este nuevo álbum, que es Last look at Eden. Así, podríamos
asegurar que estos son Europe en esencia. Y eso no implica que su anterior
etapa sea despreciable. Lo que parece complicado es unir ambas estapas; lo que
me parece más complicado aún es no darse cuenta de que lo que cambia es la
apariencia, pero no la esencia. De hecho, su álbum más popular es el menos personal,
el más recargado y lleno de impurezas que hayan grabado. Por ello decía que su
mayor pecado es haber sido populares.
En esta nueva obra de los suecos
encontramos una emoción que mana directamente de la fuente del arte musical,
cuyas raíces se encuentran en los clásicos de los 70 (el espíritu de Led
Zeppelin se aparece de vez en cuando a lo largo del disco, como en “Drink and a
smile” por poner un ejemplo). Las canciones se desarrollan con una intensidad
desgarradora en muchos momentos (“My woman, my friend”, “Bag of bones”), los
teclados de Mic Michaeli tienen una presencia espiritual, tan clásica como
inquietante, llenando de matices unas canciones ya de por sí riquísimas. Por
otro lado los coros hacen presencia en el momento perfecto no para adornar,
sino para elevarnos al séptimo cielo del éxtasis de una música plagada de
momentos de enorme nivel artístico. En esa labor, Joey Tempest se deja la voz,
teniendo en cuenta que su registro no es el más agradecido para cantar unos
temas empapados de rock clásico y blues, y consigue que se convierta en una de
las señas de identidad más reconocibles de la banda.
John Norum ha encontrado el sabio
término medio entre la gravedad oscura del comienzo y la contundencia, dando
como resultado un trabajo espectacular, pleno de sabiduría musical, fuerza,
gracia y elegancia. Y la base rítmica de John Leven e Ian Haughland vale su
precio en oro. A nadie debe extrañarle que se los hayan rifado durante tantos
años.
Y ahora llega la carambola final,
una paradoja más, de unos músicos de rock que se llevaron la popularidad y
ahora se ganan un puesto en el olimpo del rock: nos encontramos con una banda
en plenitud de facultades, bastante joven aún, un currículo envidiable, un
nombre reconocible, unas ganas que asustan, una clase que muy pocos músicos
alcanzan y la capacidad para hacer lo que quieran en lo que promete ser una de
las carreras más excitantes de los próximos años. Quizás exagere, pero Europe
tiene, porque se lo ha ganado, la posibilidad de ser la próxima gran banda de
rock de la década, si no lo es ya.
Creo que esto no se puede
conseguir si no es con una humildad conmovedora y una ilusión de la que
deberían contagiarse tantos músicos, jóvenes y no tanto.
Este saco de huesos está lleno de
carne y alma. Qué paradoja.
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