sábado, 21 de mayo de 2011

LUIS DE GÓNGORA. FRANCISCO DE QUEVEDO


Ilustración: Ulises

Aquí tenéis un artículo aparecido en El Mundo el 2 de abril de 2008, en el suplemento "Campus", para empezar a conocer a estos dos autores desde un punto de vista más original. Está firmado por Lorenzo Silva y Luis Castro.

Luís de Góngora

En polvo, en sombra, en nada


Para legiones de escolares hispanos, don Luis de Góngora y Argote es ese tipo que no escribía nunca las palabras de la oración en el orden normal -con él aprendimos, y no olvidaríamos nunca, lo que era el dichoso hipérbaton- y que en la elección del léxico optaba siempre cuidadosamente por nombrar las cosas de la forma en que resultara más complicado entender a qué se refería, sin evitar echar mano, siempre que le era posible, de alguna rebuscada y pedante alusión mitológica. También es el protagonista de aquel soneto de Quevedo del 'hombre a la nariz pegado', o lo que es lo mismo, una especie de cómico involuntario a quien todos suponíamos amargado por tamaña afrenta.

Es lo que tiene dejarse guiar por lo poco que cuentan los manuales de literatura. Porque además de todo eso, Luis de Góngora fue un tipo al que le gustaba gozar de la vida y propicio a la cháchara y el 'dolce far niente'. Ya lo dejó bien sentado en su célebre "Ándeme yo caliente...", un poema que todos conocen -o bueno, conocían, en la era anterior a la ESO- pero que muchos, influidos por esa visión del poeta cordobés como un tipo hosco y atrabiliario, ni siquiera asocian a él. No deja de resultar notable que siendo hijo del juez de bienes confiscados del Santo Oficio, y siendo él mismo canónigo, mostrara poco interés por los asuntos eclesiásticos y se pasara el día componiendo versos para ponderar la belleza de zagalas y otras frivolidades. De hecho, fue alguna vez sancionado por sus superiores por su negligencia a la hora de atender los asuntos propios de su canonjía. Este talante se aprecia en los versos de su juventud, que para los estetas son los menos meritorios, pero entre los que se cuenta, escrito con poco más de 20 años, el que a juicio del que suscribe es el mejor endecasílabo de toda la historia de la poesía española: 'en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.'

Andando el tiempo, y ya en su edad madura, Luis de Góngora se trasladó a la corte, donde se afanó por medrar y hacer medrar a los suyos, al tiempo que su poesía se internaba por los tortuosos vericuetos que acabarían siéndole característicos. Alumbró así (valga la expresión) la oscura 'Fábula de Polifemo y Galatea' y al final de su vida las inconclusas 'Soledades'. Muchos, con Quevedo al frente, reprobaron con ferocidad aquella poesía antinatural y fatigosamente erudita, pero no le faltaron tampoco conspicuos defensores, como Cervantes o el Conde de Villamediana -dos autores a quienes si por algo cabe distinguir es por su capacidad para conectar con el lector popular, a través de la novela el uno y de la poesía satírica el otro-. Para ellos, como para otros muchos ilustres lectores hasta nuestros días, tras el laborioso andamiaje verbal de los grandes poemas gongorinos latía una renovación insólita de la lírica española, con una hondura en su visión de la belleza y los estragos del tiempo difícilmente superable. Con todo, el Góngora maduro permanecería más como un poeta para poetas, y fueron ellos quienes lo difundieron. Es curioso anotar que en vida no llegó a publicar nada, y que sus versos pasaron manuscritos de mano en mano.

Murió a los 66 años, en su Córdoba natal, con la cabeza perdida y pobre como una rata. También eran malos tiempos para la lírica.

Francisco de Quevedo

El escritor y los chistes


No hay ningún escritor español que haya pasado tanto al imaginario popular como Quevedo, pero no por su obra sino por sus ganas de cagar. En una época no tan lejana, el nombre de Quevedo popularizó una serie de chistes escatológicos que, por esas cosas del azar -un azar siempre cargado de justicia poética- ponía a un hombre llamado Quevedo en la situación crítica de tener que ir al baño cuando menos conveniente resultaba. ¿Era el Quevedo de los chistes el mismo que escribió 'Amor inmortal más allá de la muerte'? Si no lo era, a mí me resultaba imposible no figurarme la cara de este autor, con sus bigotes y sus gafas, arreando los pantalones en aquellas situaciones embarazosas, en medio del pasaje de un tren o entre un grupo de monjas. Cada vez que oía uno de aquellos chistes, ante mis ojos el escritor se aureolaba de un gran prestigio de cagón al que no le importaba nada enseñar el culo en las circunstancias más insólitas. Era todo un clásico, pero todo un transgresor. Así transgredió el Tiempo. A Quevedo le entraban ganas de ir al baño en un tren, por ejemplo, y se ponía a hacerlo fuera de la ventanilla, y siempre había una monjita que pasaba por allí y preguntaba: "¿Qué veo, qué veo?". Era el culo de Quevedo, y la monjita veía en aquel culo algo celestial que ya no recuerdo muy bien. También le entraban ganas de hacerlo en misa, y se subía a un estrado desde donde irrigaba a los fieles con una descarga de excrementos. Eran chistes de la época posfranquista, que mezclaban la mierda con el clero y nadie se enfadaba por ello.

El apellido Quevedo, que hoy apenas tiene presencia en España, sin embargo en Hispanoamérica era más corriente. Los chistes de Quevedo debieron proceder de ahí, de Hispanoamérica, y el Quevedo de los chistes era un Quevedo como podía ser un López o un Jaimito. Pero aquellos chistes irradiaron el imaginario español durante el trasiego de emigrantes de una punta a otra del Océano, y para nosotros no podía ser otro que el escritor.

Es un destino que hubiera soñado cualquiera, traspasar la barrera de los siglos y entrar en el imaginario popular como protagonista de chistes. El mismo Quevedo escribió un libro de chistes, y su fuerte, además de la poesía amorosa, que es la más importante del siglo XVII, fue el género satírico, en el que no escatimaba críticas al pueblo llano, a sus miserias y su bajeza moral. No fue así de crítico con la nobleza y el clero, dos estamentos a los que pertenecía por nacimiento y por formación. El pueblo, a su manera, le devolvió su cariño tres siglos después, y lo puso a cagar delante de las monjas. Y eso no le quitó ni un ápice de gran escritor.

Se ha alimentado hasta la saciedad la idea de que Quevedo odiaba a Góngora y es verdad que se intercambiaron alguna pulla, pero muchísimas de estas sátiras a Góngora son atribuidas falsamente a Quevedo, como tantas obras que circulaban bajo su nombre sin su permiso. No sabemos quién era mejor o peor. Sabemos que fueron dos grandes, Góngora 20 años mayor que Quevedo, y todo un maestro cuando éste nació. Pero algo que Góngora nunca alcanzó fue la gloria de convertirse en un personaje popular siglos después, reinventado y humanizado por la ilusión del pueblo y por el concurso siempre certero y justo del azar.




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