Cayó
la torre que en el viento hacían
mis
altos pensamientos castigados,
que
yacen por el suelo derribados
cuando
con sus extremos competían.
Atrevidos
al sol llegar querían,
y
morir en sus rayos abrasados,
de
cuya luz contentos y engañados,
como
la ciega mariposa ardían.
¡Oh,
siempre aborrecido desengaño,
amado
al procurarte, odioso al verte,
que
en lugar de sanar abres la herida!
¡Plugiera
a Dios duraras, dulce engaño,
que
si ha de dar un desengaño muerte,
mejor
es un engaño que da vida!