La escritora argentina Samanta Schweblin ganó
con este libro el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
El jurado destacó de sus relatos “la precisión de su estilo, la indagación en
la rareza y el perverso costumbrismo que habita sus envolventes y deslumbrantes
relatos.”
La expresión “perverso costumbrismo” se
ajusta a la perfección a los relatos de Siete
casas vacías. La rareza dentro de la normalidad, lo extraño conviviendo con
lo cotidiano, el terror acechando la rutina. Hay en los relatos de Samanta
Schweblin una amenaza constante que perturba al lector y lo mantiene alerta ante
lo que pueda ocurrir, una anticipación de ese terror cotidiano que puede
reventar en cualquier momento. En las casas vacías de los relatos hay personas que
se comportan de un modo extraño, lejos de ese perfil que entendemos como
“normal”, y que sin embargo tratamos de entender e incluso, llegamos a
comprender. Con ello, el terror se contagia y nos replanteamos si, en realidad,
esas personas son tan extrañas o si podríamos ser nosotros mismos. Estos
personajes no se enfrentan a la realidad
como muchos harían –o haríamos-.
La protagonista de “Nada de todo esto” se cuela en las casas de otras
personas ante la vigilante y perturbadora mirada de su hija a través de cuyos
ojos vivimos la creciente tensión; Javier cuenta en “Mis padres y mis hijos”, casi
más como un testigo con el que nos identificamos, el momento en el que su ex-esposa
pierde los nervios ante la escena de ver a sus suegros desnudos por el jardín
(que además parecen haberse llevado a sus nietos con ellos); la narradora de
“Pasa siempre en esta casa” convive con una vecina que tira continuamente la
ropa de su hijo muerto a su jardín (la pérdida está entre los temas constantes
de estos relatos); Lola se prepara –o
prepara- su muerte haciendo listas y cerrando cajas…
El lector se asoma a estos relatos forzando
la vista, guiñando los ojos, intentando ver lo que parece no verse con
claridad, queriendo entender los porqués de todo lo que ocurre, todo lo que no
se nos cuenta; y a veces mirando de reojo ante lo que pueda ocurrir, no sea que
nos estalle en la cara antes de que nos demos cuenta.